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Francie.
-Bah, no está mal. Pero no he venido aquí a hablar de Niza, ¿verdad?
-¿Por qué no, si nos apetece? -preguntó Delia.
El señor Flack la miró con dureza, en el blanco de los ojos; a continuación repuso,
dirigiéndose de nuevo a su hermana:
-Lo que usted quiera, señorita Francie. Con usted, lo mismo da un tema que otro.
¿Podríamos sentarnos? ¿Podríamos ponernos cómodos? -añadió.
-¿Cómodos? ¡Por supuesto que sí! -exclamó Delia, pero siguió erguida mientras
Francie se volvía a desplomar en el sofá y su acompañante se hacía con la silla más
cercana.
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-¿Recuerda lo que le dije una vez, que la gente habrá de recibir perlas cultivadas? -
preguntó George Flack a la más joven de las muchachas.
Por un instante pareció como si Francie estuviera intentando recordar lo que le había
dicho; entonces preguntó:
-¿De verdad que papá le escribió?
-Por supuesto que sí. Por eso estoy aquí.
-Pobre papá, ¡a veces no sabe qué hacer! -comentó Delia.
-Me dijo que El Eco ha causado furor. Eso ya lo había adivinado yo solito cuando vi
cómo andaban tras él los periódicos de aquí. ¡Ese asunto va a circular, ya lo verán! Lo
que me hizo volver fue enterarme por él de que han sacado las uñas.
-¿De qué demonios está hablando? -gritó Delia.
El señor Flack la miró a los ojos de la misma manera que hacía un momento; Francie
estaba seria, con la mirada clavada en la alfombra.
-¿A qué juega, señorita Delia? A usted no le importa lo que escribí, ¿verdad que no? -
prosiguió, dirigiéndose de nuevo a Francie.
Francie alzó los ojos.
-¿Lo escribió usted mismo?
-¿Ya ti qué te importa lo que ha escrito? ¿Qué le importa a nadie? -interrumpió Delia.
-Al periódico le ha beneficiado más que ninguna otra cosa... Todo el mundo está tan
interesado... -dijo el señor Flack con tono de explicación razonable-. Y a usted no le
parece que tenga nada de qué quejarse, ¿no? -añadió afablemente, dirigiéndose a Francie.
-¿Por habérselo contado, quiere decir?
-Vaya, pues claro. ¿Acaso no surgió todo de aquel delicioso paseo en coche y de la
caminata que dimos por el Bois, cuando me llevó a ver su retrato? ¿Acaso no entendió
que quería hacerle saber que el público agradecería una columna o dos sobre el nuevo
cuadro del señor Waterlow, y sobre usted en tanto que tema del cuadro, y sobre su
compromiso con un miembro del grand monde, y sobre lo que estaba ocurriendo en el
grand monde, que, naturalmente, llamaría la atención gracias a eso? Vaya, señorita
Francie, hablaba usted como si lo entendiera.
-¿Hablé muchísimo? -preguntó Francie.
-Vaya, con entera libertad... Fue sencillamente encantador. ¿No se acuerda de cuando
nos sentamos allí, en el Bois?
-¡Bah, estupideces! -soltó Delia.
-Sí, y pasó madame de Cliché.
-Y usted me dijo que se había escandalizado. Ynos reímos... Nos pareció una necedad.
Yo dije que era una actitud afectada y pretenciosa. Su padre me ha dicho que ahora se ha
escandalizado, ella y el resto, de que sus nombres hayan salido en El Eco. No tengo la
menor vacilación en afirmar que también eso es afectado y pretencioso. No es sincero... y
si lo es, no pinta nada. Fingen que están escandalizados porque parece de buen tono, pero
de hecho les encanta.
-¿Se refiere usted al artículo aquel del periódico? Dios mío, pero ¿eso no lleva ya días y
días más muerto que muerto? -exclamó Delia. Seguía vacilante, sumida en una irritación
febril, agitada por el descubrimiento de que su padre había convocado al señor Flack a
París, cosa que se le antojaba casi una traición porque parecía denotar un plan. Que el
señor Dosson tuviese un plan, y además un plan no comunicado, era antinatural y
alarmante; y aumentaba la provocación el hecho de que pareciese rehuir la
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responsabilidad al no haber comparecido, en semejante momento, con el señor Flack. En
cualquier caso, Delia estaba impaciente por saber qué pretendía. ¿Quería volver a estar
con un joven de lo más corriente, por activo que fuese? ¿Quería presentar al señor Flack,
con un frívolo optimismo improvisado, como sustituto del alejado Gaston? De no haber
temido que algo aún más comprometido que todo lo que se había dicho hasta entonces
pudiese llegar a ocurrir entre los dos si los dejaba a solas, habría bajado como una flecha
al patio para aplacar sus conjeturas, para enfrentarse a su padre y decirle que le
agradecería mucho que no se entrometiese. Se sintió liberada, sin embargo, acto seguido,
pues ocurrió algo que le pareció una pronta indicación de lo que estaba sintiendo su
hermana.
-¿Saben cómo veo yo este asunto, según lo que me ha contado su padre? -preguntó el
señor Flack-. No digo que fuera él quien sugirió la interpretación, sino que mi propio
conocimiento del mundo (¡del mundo tal y como es aquí!) me fuerza a aceptarla. Están
escandalizados, horrorizados; jamás han oído nada tan espantoso: ¡señorita Francie, eso
no cuela! Saben lo que sale en los periódicos cada día de su vida y saben cómo llega
hasta allí. Sencillamente, están haciendo de todo esto un pretexto para romper..., porque
no creen que sea usted lo bastante distinguida. Están encantados de haber encontrado un
pretexto que pueden explotar, y ahí están, tan contentos como un grupo de niños cuando
no hay colegio. Así veo yo todo esto. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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