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colgando de sus astas. Nos uníamos a los monos antes de que se diesen
cuenta de que estábamos entre ellos y chillábamos y saltábamos a su
compás. Arranqué hermosas plumas a avestruces, flamencos y otras mil aves
para adornar el pelo de Griselda; me coloqué en la cabeza también un
huevo de aepiornis. Nuestras alegres risas resonaron entre los matorrales
y los árboles, los grandes lagos las transmitieron a los montes y los
montes devolvieron su eco a los llanos.
Fue la juerga más colosal que pueda imaginarse, aunque estuvimos a punto
de perecer en más de una ocasión.
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Al atardecer paseábamos, enlazados por la cintura, disfrutando de los
maravillosos colores del crepúsculo; luego contemplábamos las
relumbrantes estrellas y el cielo cruzado constantemente por los
resplandores de los meteoritos; contemplábamos las llamas que brotaban de
los volcanes en el horizonte, el brillo de los ojos de los felinos entre
la maleza, el incesante parpadeo de las luciérnagas. Luego yo le hablaba
a Griselda de la cueva adonde iba a llevarla; del gran fuego que ardía
incesantemente a la entrada; y del gran escándalo que se organizaba si
alguien lo dejaba apagarse; de nuestras proezas con la lanza y con las
trampas y de las grandes fiestas que celebrábamos. Ella a su vez no se
cansaba nunca de hacerme preguntas sobre sus nuevos parientes, y hablaba
quejumbrosa de la tiranía de la que la había sacado. Un amo despótico e
implacable que exigía absoluta sumisión a sus aterradas mujeres y que se
disponía incluso, por entonces, a expulsar a sus hijos de la horda. Sus
ojos brillaban como los de un halcón cuando exclamó:
-¡Oh, Ernest, que bien lo pasaré! ¡Oh, amor!
Súbitamente terminó nuestra luna de miel, y llegó el momento de acudir al
lugar de reunión donde debían estar esperándonos mis hermanos y sus
compañeras... si es que habían capturado alguna. Oswald, estaba seguro de
que lo había conseguido, pero tenía mis dudas respecto a Wilbur y a
Alexander. Griselda, sin embargo, no dudaba en absoluto de sus tres
hermanas. Sugirió que nos aproximásemos al lugar de reunión secretamente
y viésemos quién llega primero y quién había cogido a quién.
Sólo había llegado Oswald, que sentado junto lago hablaba con una rolliza
y guapa chica que escuchaba absorta y con ojos resplandecientes.
-¡Es Clementina! -dijo Griselda entre risas.
-Así que allí estaba yo, totalmente solo -decía Oswald-; no había ni un
árbol a la vista, tenia la lanza rota... hasta el león herido corre para
salvar la vida cuando embiste el búfalo. Sólo podía hacer un cosa, y la
hice. Corrí hacia él lo más deprisa que pude, me apoyé en sus cuernos y
di un salto por encima con tanta rapidez que no pudo siquiera empujarme
con la cabeza.
-¡Oh, es aterrador, Oswald! -balbució la chica.
-Otra vez... empezó Oswald, cuando nosotros salimos y nos lanzamos hacia
ellos con gritos de alegría.
Luego, después de habernos felicitado mutuamente por nuestras capturas, y
de que las muchachas se fueran a buscar de comer, le pregunté a Oswald
como le había ido. Rompió a reír.
-Tan fácil como liquidar a un cocodrilo, mi querido amigo dijo-. No
creas, me hizo correr lo mío ¡En fin! Una chica tiene su recato,
comprendes.
-¿Cuánto... cuánto te hizo correr, Oswald? -pregunté.
-Bueno, no sé-dijo despreocupadamente-. Unos quince dias, más o menos.
Corre mucho realmente Clemmie; y luego, yo llevaba mi bastón. Pero
disfruté mucho.
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-¿Escalando montañas? -pregunté sin darle importancia
-Una o dos, una o dos-dijo Oswald, llevándose la mano a la nuca un
instante-. Es muy juguetona esta Clemmie. ¿Y cómo te fue a ti, Ernest?
-Parecido, parecido -dije-. Pero da la sensación de que Alexander y
Wilbur aún siguen... cazando, ¿no te parece?
Oswald asintió nuevamente.
-Me pregunto -dijo- si no será una tontería esperarles. Francamente no me
sorprendería que este trabajo les llevase un año o dos.
Pero en aquel mismo instante nos sorprendió un estruendo entre la maleza,
como si se aproximase algún animal, un jabalí verrugoso o un armadillo,
por ejemplo; era, sin embargo, Wilbur, con otra chica, cubiertos de sudor
e inclinados como chimpancés ambos, tambaleándose, bajo el peso de una
enorme roca roja cada uno.
-¡Honoria, queridal-gritaron Griselda y Clementina, mientras la nueva
chica dejaba caer su carga. Un instante después las tres parloteaban como
loros.
-Wilbur-dijo Oswald-, ¿qué demonios haces con eso?
Wilbur depositó su roca con sumo cuidado junto a la de su pareja y se
enderezó laboriosamente.
-Qué hay, muchachos-dijo-. Calor, ¿eh?
-¿Dónde has cogido eso?-pregunté yo.
Wilbur rió entre dientes.
-Muy interesante. Nunca había visto esta formación. Estoy experimentando
con ella. Creo que a Padre le parecerá que tiene posibilidades notables.
-¿Quieres decir que vas a llevar eso a casa? ¡Por favor! ¿De dónde lo
traes?
-Oh, de muy lejos. No se encuentra en todas partes, por lo que he podido
ver. Supongo que es por las condiciones atmosféricas. En esencia sé trata
de una especie de compuesto de polvo volcánico. Honoria me ayudó. Una
buena chica, voy a presentárosla... ¡Honoria!
-¿No pretenderás decir -dijo Oswald, contemplando los musculosos miembros
de Honoria -que cazaste a esta chica llevando media montaña contigo?
-¡El no me cazó! -exclamó Honoria con tono irritado-. Aunque intenté
atraer su atención para que lo hiciera se dedicó a investigar esas
horribles piedras y no me hizo el menor caso. Entonces yo me acerqué a él
y dije: "¿Estás ocupado, verdad?~" E imaginad lo que dijo: "Bastante".
Eso dijo. Sólo eso. "Bastante~.
-¡Oh!-dijo Griselda-. ¿Qué hiciste tú entonces, querida?
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-Yo dije: "¿Y cómo se llama usted, Señor Ocupado? ¿Es usted un geólogo o
algo así?" ¿Y qué creéis que dijo?
-Oh, continúa, querida-susurró Griselda.
-Pues dijo: "Me temo que sólo un aficionado", eso dijo: "Sólo un
aficionado". Bueno, estuve a punto de irme. Lo habría hecho, pero el
dijo: "Oye, por que no me echas una mano, yo no puedo con todo", y me di
cuenta de que no me miraría siquiera hasta que consiguiese su juguete,
así que pensé que sería mejor ayudarle. Así lo hice, pero se me cayó la
piedra de la mano y fue a dar en los pies del Sr. Geólogo Aficionado, y
entonces ya no podía cazarme, aunque quisiese, pues se había quedado
cojo.
Wilbur la miraba con aire bovino.
-Debo decir que Honoria se portó magníficamente. Allí estuvo ahuyentando
a los leones y a los leopardos hasta que pude caminar de nuevo, y
entonces me ayudó enormemente en mi trabajo.
-¡Oh, enormemente! -exclamó Honoria.
-Y así, ahora somos pareja -concluyó sencillamente Wilbur.
-Eso somos también nosotros-dijo una voz tímida a nuestra espalda.
Todos nos volvimos para ver a Alexander, con el bastón en una mano y una
chica realmente encantadora, que tenía anchuras de hipopótamo, cogida
amorosamente de la otra.
-¡Alex!-gritamos nosotros.
-¡Petronella!-gritaron ellas.
Y siguió una vez más la ronda de presentaciones y felicitaciones.
Pero tan pronto como pudimos, Oswald, Wilbur y yo llevamos a Alexander
aparte y le preguntamos cómo había obtenido los favores de la hermosa
Petronella; no había duda de que estaba absolutamente loca por él.
A Alexander pareció sorprenderle nuestra pregunta. [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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